jueves, 17 de noviembre de 2011
COMPAÑÍA 2
Todas las familias están compuestas por el padre, la madre y
el hijo o hija.
Uno de los diez mandamientos dice:
“Deberás honrar a tu padre y a tu madre”.
¿A quiénes se refiere?
Una vez me encontré sentada en la banca de una iglesia en
Pascuas, justo cuando el sacerdote decía lo que en ese momento
me dolía más. Hago referencia a sus palabras, que aunque no
exactas, me dieron el puntapié inicial para el cambio que busqué
durante muchos años.
Resulta ser que cuando uno nace necesita, y repito: “necesita”
de sus padres. Es indispensable la figura paterna y materna
para la crianza, no interesa si nosotros queremos o no a nuestros
padres, LOS NECESITAMOS para alimentarnos, asearnos,
hacernos sentir seguros y cómodos, y su responsabilidad es
querernos. Ellos, a la hora en que empezamos a desarrollarnos
y para nuestro bien, nos ayudan en nuestro propio descubrimiento
del mundo, poniendo reglas. “Esto, sí”, “Esto, no”. Y en
la medida en que crecemos, las reglas se van acomodando a sus
circunstancias. Lo que ellos consideran que es más seguro.
Nunca se plantean de donde vinieron las reglas que nos ponen,
es para su propia comodidad en nuestra crianza, después
de todo, ahora tienen una gran oportunidad de hacer bien distintas
las cosas. ¿Saben algo? Repiten patrones condicionados
por sus propios miedos. No adoptan una mirada renovadora,
llevan la contra a sus padres o piensan que razón tenían, pero
no encarnan al padre o a la madre que quieren ser. De hecho:
“no molestes a papi, está ocupado”, o “no molestes a mami, está
cansada”, son frases de uso común y casi ya no existen porque
reemplazamos a mami y a papi con la tele y la computadora.
Y si no molestan, mejor. De lo único que se ocupan mami y
papi es que tengan lo mejor de lo mejor y resolver cualquier capricho,
con tal de que no molesten. Si eso es pasar tiempo de
calidad, quiero decirles que no sé qué están haciendo leyendo
este libro...
Papi y mami, tienen el derecho y la responsabilidad de ser felices.
Y eso es lo primero que deben aprender y enseñar a sus
hijos.
Y para que seamos felices, debemos aprender a encarnar la
felicidad nosotros en nuestra compañía, la íntima.
Saber decirnos “sí, gracias” y “no, gracias”, a lo que nos hace
bien y a lo que no nos hace bien, antes de traer una vida al
mundo y destrozar no sólo la nuestra, sino la de nuestros hijos.
Y para todo eso tenemos que estar PRESENTES en nuestra propia
vida (que incluye a nuestros hijos). Y NO MEZCLAR nuestro
proyecto familiar con nada como por ejemplo, ¨Yo me realizo a
través de mi hijo¨. “Este proyecto lo hice por él” o “todo lo que
es me lo debe a mí”, y todas esas cosas que cargan a nuestros
pobres hijos de mandatos y culpas inútiles.
Como lo hizo con nosotros, de hecho nos pasamos una vida
tratando de que papá nos quiera y mamá nos acepte. ¿En verdad
queremos enseñarles a nuestros hijos que los tuvimos para
que tuviésemos una vejez protegida? ¿O queremos en realidad
ver que nuestros hijos son felices y vienen con gusto a
acompañarnos y gustar de nuestra presencia en la vida?
Cuando somos pequeños nos volvemos expertos manipuladores
en absoluta inocencia, porque partimos de la premisa básica:
“si nos cuidan, nos quieren”. Les creemos a papá y a mamá
que nos quieren, sin ninguna duda, y no vemos segundas intenciones,
ni miedos ocultos, ni manipulaciones para obtener
amor. Cuando crecemos, perdemos la inocencia, perdemos la
mirada inocente de lo que es y empezamos a ver estas cuestiones.
El problema es que nos cuesta aceptarlo y continuamente
tratamos de cambiarlo, con nuestra presencia o sin ella, creyendo
que de esta manera nos hacemos presentes. Y la verdad es
que hacernos presentes requiere de un doble trabajo.
PRIMERO:
• No hay nadie mejor que tu padre y tu madre.
La verdad es que como hijos de por sí, por ser hijo, evolucionamos
y somos mejores que nuestros padres. Porque ellos nos criaron
y educaron para que seamos mejores, sólo por ese hecho.
Ellos son los padres de tu falso yo, cuando te inculcaron miedo
y desconfianza. Y son los padres de tu verdadero yo cuando
se ocuparon de tu felicidad.
Ellos estuvieron en esta vida como pudieron, no hay excusas
para hacer más de lo mismo.
SEGUNDO:
• Para encarnar el padre o la madre que quieres ser, debes
aspirar a estándares más altos de los que ellos te proporcionaron.
A eso me refiero con el Padre y la Madre. Y no me importa la
religión. La única forma de encarnarlos es sentirte hijo o hija, de
los padres de tu conciencia, TU VERDADERO YO.
TERCERO:
• No puedo acompañar a nadie de la familia, si no estoy presente
en mi propia vida. No necesito reunirme y criticar a unos
con otros, ni a otros con unos para formar parte de la familia.
Este juicio se vuelve continuamente en mi contra.
Puedo estar presente para decir cosas agradables, tristes, felices,
transformadoras, para construir, realizar, crecer, crear o ser.
Si mi familia no puede comportarse de este modo, pues siempre
tuve la elección de dejar entrar por un oído y salir por el
otro, retirarme, hacer silencio, no participar, aceptar que son lo
que son, pero siempre la premisa es SER YO MISMO EN LIBERTAD,
que es lo mismo que amarme amándolos.
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